¿Crecen hoy los niños demasiado deprisa?

“El derecho a la infancia es uno de los derechos humanos fundamentales.” (The Hurried Child [Niños sin infancia].)

Tuesday, January 03, 2006

Proteja la infancia de sus hijos

EL QUE los niños disfruten de una infancia feliz depende en gran medida de que tengan unos buenos padres que los críen. Pero ¿qué implica ser un buen padre? Probablemente haya oído estos consejos muchas veces: dedique tiempo a sus hijos; escúchelos; oriéntelos bien; póngase en el lugar de ellos y comparta sus alegrías y sus penas; y por último, sea un verdadero amigo sin perder su autoridad como padre. Desde luego, estas conocidas recomendaciones ayudarán a los padres a desempeñar bien su labor. No obstante, hay algo más elemental e importante que debe ocupar el primer lugar.

Millones de personas de todo el mundo han descubierto que la clave para ser un buen padre o una buena madre es obedecer los principios bíblicos. ¿Y por qué puede decirse que esa es la clave? Porque el sabio Autor de la Biblia, Jehová Dios, es quien dio origen a la familia (Génesis 1:27, 28; 2:18-24; Efesios 3:15). De ahí que su Palabra inspirada ofrezca la mejor guía posible sobre la crianza de los hijos. Ahora bien, ¿cómo puede un libro tan antiguo como la Biblia orientar a los padres respecto a la moderna tendencia de obligar a los niños a madurar demasiado deprisa? Analicemos algunos principios bíblicos que son aplicables.

“Según el paso de los niños”

Jacob, el hijo de Isaac, tuvo más de doce hijos. La Biblia recoge el sensato comentario que hizo mientras viajaba con su familia: “Los niños son delicados [...]. Pase mi señor [Esaú, el hermano mayor de Jacob], por favor, delante de su siervo, pero que yo mismo continúe el viaje a mi comodidad, [...] según el paso de los niños” (Génesis 33:13, 14).

Jacob sabía que sus hijos no eran pequeños adultos, sino criaturas ‘delicadas’: menores, más frágiles y con más necesidades que los adultos. Así pues, en vez de obligar a los niños a viajar a su paso, se adaptó al de ellos. En lo que a esto se refiere, reflejó la sabiduría que Dios demuestra cuando trata con sus hijos humanos. Nuestro Padre celestial conoce nuestras limitaciones, de modo que no espera de nosotros más de lo razonable (Salmo 103:13, 14).

Hasta algunos animales reflejan dicha sabiduría, pues Dios los ha creado “instintivamente sabi[o]s” (Proverbios 30:24). Por ejemplo, los naturalistas han observado que toda una manada de elefantes aminora la marcha cuando se encuentra entre ellos una cría, desplazándose lentamente hasta que el pequeño sea capaz de seguir su paso.

Algunos sectores de la sociedad moderna han dejado de lado la sabiduría divina. Pero usted no tiene que hacer lo mismo. Tenga presente que su hijo es ‘delicado’ y, por tanto, no es capaz de llevar cargas y responsabilidades de adulto. Si usted es un padre solo que está pasando por un problema serio y se siente tentado a confiarse a su hijo, reprima el impulso. Acuda mejor a un amigo maduro que pueda ayudarle a resolver sus dificultades, preferiblemente uno que le anime a poner en práctica los sabios consejos bíblicos (Proverbios 17:17).

En vez de cargar a su hijo con sus problemas, confíese a otro adulto

Asimismo, no permita que su hijo lleve una vida tan estresante, programada y reglamentada que no pueda disfrutar de su infancia. Márquele un ritmo adecuado a su edad, no uno que siga ciegamente el paso del mundo actual. La Biblia da este sabio consejo: “No dejéis que se os moldee según el criterio de este mundo” (Romanos 12:2, Hendriksen, ortografía corregida).

“Para todo hay un tiempo señalado”

Otro sabio principio bíblico señala: “Para todo hay un tiempo señalado, aun un tiempo para todo asunto bajo los cielos”. Como es lógico, hay tiempo para trabajar. Los niños tienen mucho que hacer, como por ejemplo sus tareas de la escuela y del hogar y sus actividades espirituales. Sin embargo, el mismo pasaje bíblico indica que también hay “tiempo de reír” y “tiempo de dar saltos” (Eclesiastés 3:1, 4).

Los niños sienten una especial necesidad de jugar y reírse, de dar salida a su vitalidad juvenil de forma relativamente despreocupada. Si dedican todo el día a la escuela, las actividades extraescolares y otras serias responsabilidades, no podrán satisfacer su necesidad de juego. Este hecho a su vez pudiera exasperarlos, y hasta descorazonarlos (Colosenses 3:21).

Los niños tienen la necesidad de jugar

El mismo principio bíblico es aplicable también en otros sentidos. Por ejemplo, en vista de que hay un tiempo para todo, ¿no es de esperar que durante su infancia los niños se comporten como niños? Probablemente usted opine que sí, pero sus hijos tal vez no estén de acuerdo. Muy a menudo los pequeños quieren copiar lo que ven hacer a los adultos. Es posible que algunas jovencitas deseen vestirse y arreglarse como si fueran mujeres, y que la llegada prematura de la pubertad contribuya aún más a la presión que sienten de aparentar una edad que no es la suya.

Los padres prudentes son conscientes de los peligros que entraña esta tendencia. Algunos anuncios publicitarios y ciertos modos de entretenimiento de este mundo degradado presentan niños precoces que ya lo saben todo sobre el sexo. El maquillaje, las joyas y los estilos de vestir provocativos son cada vez más comunes entre las niñas. Pero ¿por qué hacer que ellas resulten más atrayentes para los pervertidos? Al ayudar a sus hijos a vestirse de acuerdo con su edad, los padres ponen en práctica otro principio bíblico: “El sagaz que ha visto la calamidad se ha ocultado” (Proverbios 27:12).

Veamos un ejemplo más. Cuando los deportes se convierten en la principal prioridad del niño, este deja de llevar una vida equilibrada en la que hay un tiempo señalado para cada cosa. La Biblia dice: “El entrenamiento corporal es provechoso para poco; pero la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, puesto que encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir” (1 Timoteo 4:8).

Así que no permita que sus pequeños crean que ganar lo es todo. Muchos padres hacen que sus hijos dejen de ver los deportes y otros juegos como una diversión al inculcar en ellos un espíritu competitivo y la idea de que deben ganar a toda costa. Por tal razón, algunos niños terminan haciendo trampas o incluso lastimando a otros. Desde luego, no merece la pena pagar ese precio para ganar.

Enséñeles autodominio

Por lo general, a los niños les cuesta aprender que hay un tiempo para todo. No les resulta fácil esperar con paciencia algo que quieren. Para empeorar las cosas, la sociedad de hoy parece estar empeñada en satisfacer inmediatamente sus deseos. Los medios publicitarios a menudo transmiten este mensaje: “¡Consiga lo que quiera ahora mismo!”.

No mime ni consienta a sus hijos influido por esa propaganda. El libro The Child and the Machine (El niño y la máquina) señala: “La capacidad de esperar para satisfacer nuestros deseos es un aspecto importante de la inteligencia emocional”. Y añade: “La autodisciplina y la armonía entre las personas constituyen un potente antídoto contra el aumento de la violencia infantil que está teniendo lugar tanto dentro como fuera del ámbito escolar”. La Biblia contiene esta práctica advertencia: “Si uno viene mimando a su siervo desde la juventud, este hasta llegará a ser un ingrato en el período posterior de su vida” (Proverbios 29:21). Aunque este versículo habla concretamente del trato que debía dispensarse a los jóvenes sirvientes, numerosos padres han comprobado que aplicar dicho principio a los hijos les beneficia muchísimo.

Una de las mayores necesidades que tienen los niños es la de ser criados en lo que la Biblia llama “la disciplina y regulación mental de Jehová” (Efesios 6:4). La disciplina cariñosa les ayuda a cultivar cualidades como el autodominio y la paciencia, las cuales contribuirán a que se sientan felices y satisfechos durante toda su vida.

Un mundo sin amenazas para la infancia

Quizá se pregunte si el sabio y amoroso Dios que inspiró estos prácticos principios tenía la intención de que el mundo fuera como es y de que los niños crecieran en un lugar tan peligroso. Pues es posible que le reconforte saber que Jehová Dios y su Hijo, Jesucristo, aman tiernamente a la humanidad, en especial a los niños, sin importar cuál sea su edad. Por tal razón, pronto eliminarán de la Tierra a toda la gente malvada (Salmo 37:10, 11).

¿Le gustaría visualizar ese mundo feliz y pacífico? Imagínese esta hermosa escena, descrita en la Biblia: “El lobo realmente morará por un tiempo con el cordero, y el leopardo mismo se echará con el cabrito, y el becerro y el leoncillo crinado y el animal bien alimentado todos juntos; y un simple muchachito será guía sobre ellos” (Isaías 11:6). En un mundo en el que con tanta frecuencia se priva cruelmente a los niños de su infancia o se les obliga sin piedad a crecer a toda prisa, es reconfortante saber que Dios promete a la humanidad un futuro tan maravilloso aquí mismo, en la Tierra. Evidentemente, el propósito del Creador es que ningún niño carezca de infancia ni la vea truncada, sino que todos se sientan felices y amados.

Niños que crecen demasiado deprisa

EL DÍA estaba sombrío. Se podía oír el motor del pequeño aeroplano mientras este tomaba velocidad y se elevaba sobre la pista. Se trataba de un acontecimiento que había captado el interés de los medios informativos. Las cámaras apuntaban al cielo, y los reporteros formulaban sus preguntas llenos de admiración y expresaban efusivos cumplidos. ¿Quién atrajo toda esta atención? Pues ni el único piloto con licencia que iba a bordo ni el único pasajero —un hombre adulto—, sino la hija de este último: una niña de siete años de edad.

La pequeña iba a pilotar el avión. Había cierto récord que batir y un apretado horario que cumplir. Los medios de comunicación la esperarían en su próxima parada, así que, a pesar del oscuro día, los tres embarcaron. La niña se sentó sobre un cojín para poder ver por encima del panel de control y usó unos alargadores para llegar a los pedales.

Pero, lamentablemente, el vuelo duró muy poco. De repente se desató una tormenta que hizo virar la avioneta, la cual perdió velocidad y se estrelló, matando a sus tres ocupantes. Los medios de difusión comenzaron enseguida a pregonar su dolor en vez de sus elogios. Unos cuantos periodistas y editores se cuestionaron si los medios no fueron hasta cierto punto culpables de la tragedia. Mucha gente empezó a decir que los niños no deberían tripular aeroplanos y, finalmente, el gobierno estadounidense prohibió el pilotaje infantil. Ahora bien, detrás del sensacionalismo y las soluciones simplistas que se ofrecieron, subyacía un problema más profundo.

La tragedia hizo pensar seriamente a muchos sobre cierta tendencia actual: la de presionar a los niños para que crezcan deprisa y realicen a muy temprana edad tareas de personas adultas. Es cierto que los resultados de tal proceder no son siempre tan trágicos, pero sí pueden dejar secuelas profundas y duraderas. Veamos algunas situaciones en las que los padres pudieran estar truncando la infancia de sus hijos.

Educados a toda prisa

Es natural que los padres deseen que sus hijos tengan éxito en la vida. Pero cuando ese deseo se convierte en obsesión, tal vez sobrecarguen a sus hijos y los presionen demasiado cuando aún son muy jóvenes. El proceso a menudo comienza inocentemente. Por ejemplo, cada vez es más común que los padres inscriban a sus pequeños en actividades extraescolares, las cuales pueden incluir desde la práctica de algún deporte hasta clases de música o de ballet. Con frecuencia, también les ponen un profesor particular.

El que los niños tengan un horario demasiado apretado pudiera perjudicarlos

Huelga decir que no está mal fomentar las aptitudes o intereses del niño, pero ¿existe el peligro de sobrepasarse? Sin duda, pues algunos niños están tan estresados por sus responsabilidades como muchos adultos. La revista Time observa: “Antes, los niños tenían infancia, ahora tienen currículos; en vez de utilizar sus inagotables energías como es propio de su edad, las encauzan en una vida atareada comparable a la de la abeja obrera”.

Algunos padres tienen la esperanza de que sus hijos se conviertan en estrellas del deporte, la música o la pantalla. Por ejemplo, hay quienes los inscriben en centros preescolares aun antes de nacer a fin de aumentar sus probabilidades de éxito. Además, hay madres que se matriculan en “universidades prenatales” que imparten educación musical a bebés que todavía están en la matriz. El objetivo: estimular el desarrollo de su cerebro.

En algunos países se evalúa la aptitud para las matemáticas y la lectura en niños menores de seis años. Prácticas como esta despiertan cierta preocupación por el daño emocional que pudieran ocasionar. ¿Qué le sucede, por ejemplo, a un pequeño que “suspende” en el jardín de infancia? David Elkind, autor del libro The Hurried Child, señala que las escuelas tienden a catalogar a los niños demasiado deprisa, y demasiado pronto. Y lo hacen, dice Elkind, por razones administrativas más bien que educativas.

¿Cuál es el precio de forzar a los niños para que se conviertan, por decirlo así, en pequeños adultos competentes? A Elkind le preocupa el que la sociedad haya abrazado la idea de que debe capacitarse a los niños para asumir responsabilidades propias de la edad adulta. Comenta: “Es un reflejo de nuestra tendencia a aceptar como ‘normales’ las crecientes e implacables presiones que soportan los jóvenes”. Sin lugar a dudas, la noción de lo que se considera normal para un niño está cambiando con rapidez.


Presionados para ganar

Muchos padres opinan que es normal, e incluso recomendable, enseñar a sus hijos que ganar lo es todo, especialmente en el campo de los deportes. Hoy día, las medallas olímpicas constituyen un incentivo para un gran número de niños. A fin de disfrutar de unos momentos de gloria y de asegurarse un buen porvenir, algunos de ellos se ven obligados a truncar su infancia o incluso a privarse de ella.

Inculcar en los hijos un espíritu de competitividad puede hacer que los deportes o el juego dejen de ser divertidos

Piense en las gimnastas. Se entrenan con rigurosidad desde muy temprana edad, sometiendo su pequeño cuerpo a una enorme tensión. Pasan años preparándose mental y físicamente para los Juegos Olímpicos, aunque solo unas cuantas jovencitas resultarán ganadoras. ¿Cómo se sentirán las que pierdan? ¿Creerán que habrá merecido la pena sacrificar gran parte de su juventud por ese fin? A la larga, puede que hasta las ganadoras tengan dudas al respecto.

Estas niñas tal vez sufran emocionalmente al vivir su infancia a toda prisa en un implacable afán por convertirse en estrellas del deporte. Pero físicamente también sufren, ya que el intenso entrenamiento corporal puede entorpecer su desarrollo. A veces presentan problemas de crecimiento, y con frecuencia padecen trastornos alimentarios. Algunas de ellas tardan mucho —incluso años— en llegar a la pubertad, mientras que a otras les sucede todo lo contrario: tienen una pubertad precoz.
Niños con todo, menos infancia.

De hacer caso del mundo del cine y la televisión, posiblemente pensaríamos que la infancia ideal es aquella que está rodeada de lujos. Algunos padres trabajan muchísimo para proporcionar a sus hijos toda clase de comodidades, tales como una casa suntuosa, diversión sin límites y ropa costosa.

Sin embargo, muchos niños que han sido criados de esa manera terminan bebiendo en exceso, tomando drogas o comportándose de forma huraña y rebelde. ¿Por qué? Están llenos de resentimiento porque se sienten rechazados por sus progenitores. Y es que los niños necesitan que sus padres estén ahí para amarlos y cuidarlos, pero a veces estos últimos se hallan demasiado ocupados como para atenderlos. Puede que esos padres piensen que trabajan para asegurar la felicidad de sus hijos, pero con frecuencia logran todo lo contrario.

La doctora Judith Paphazy dice que cuando “ambos padres, de nivel socioeconómico alto, trabajan”, suelen “consentir a sus hijos, pues en el fondo saben que su afán materialista va en detrimento de la familia”. Según Paphazy, estos padres intentan “comprar su exención de responsabilidad como padres”.

Los bienes materiales no eximen de la responsabilidad de ser buenos padres
Con frecuencia, los niños pagan un alto precio. Aunque a veces tienen muchos lujos, carecen de los elementos esenciales para disfrutar de una infancia feliz: el tiempo y el amor de sus padres. Sin guía ni dirección ni disciplina, se plantean demasiado pronto preguntas propias de adultos teniendo poca o ninguna preparación para contestarlas: “¿Puedo tomar drogas? ¿Hay algo de malo en tener relaciones sexuales? ¿Es normal ponerme violento cuando me enojo?” Probablemente hallen sus propias respuestas en lo que les dicen sus amigos o en lo que ven hacer a los personajes televisivos o cinematográficos. El resultado suele ser que su infancia termina de forma brusca o incluso trágica.

Niños que asumen el papel del otro adulto

Cuando uno de los padres muere o estos se separan o se divorcian, los niños también sufren emocionalmente. Claro está, muchas familias monoparentales logran sobrellevar la situación, pero en otras, los niños ven truncada su infancia.

Es natural que el padre o la madre que queda a cargo de la familia se sienta solo de vez en cuando. Sin embargo, algunos permiten que uno de sus hijos, normalmente el mayor, asuma el papel del adulto ausente. Quizá, desesperados, se confíen al pequeño, cargándole de problemas para los que no está preparado. Hay quienes llegan a depender demasiado de su hijo en sentido emocional.

Otros progenitores abandonan por completo sus responsabilidades, obligando al niño a convertirse en el adulto de la familia. Carmen y su hermana, ya mencionadas, vivían una situación similar antes de fugarse de su casa. Aunque todavía eran unas niñas, se vieron en la necesidad de cuidar de sus hermanos menores. Era una carga demasiado pesada para ellas.
No cabe duda de que obligar a los niños a madurar antes de tiempo es peligroso y debe evitarse siempre que sea posible. No obstante, hay buenas noticias: los adultos pueden tomar medidas para asegurarse de que sus hijos disfruten de una infancia feliz. ¿A qué medidas nos referimos? Examinemos algunas de ellas, de eficacia probada.



Los problemas de una pubertad precoz

¿Llegan antes a la pubertad las niñas de hoy en día? Se trata de un tema polémico entre los científicos. Algunos sostienen que a mediados del siglo XIX, las jóvenes llegaban a la pubertad a la edad promedio de 17 años, mientras que en la actualidad llegan a ella antes de los 13. Un estudio realizado en Estados Unidos en 1997 con 17.000 chicas reveló que alrededor del quince por ciento de las muchachas de raza blanca y el cincuenta por ciento de las afroamericanas muestran los primeros indicios de pubertad a los ocho años. Sin embargo, algunos médicos cuestionan esos hallazgos y aconsejan a los padres que no acepten el tempranísimo desarrollo de sus hijas como algo “normal”.

Sea como fuere, la pronta llegada de la pubertad plantea una serie de problemas tanto a los padres como a sus hijas. La revista Time comenta: “Aunque los cambios físicos son preocupantes, aún lo es más el posible efecto psicológico que esta prematura madurez sexual pueda tener en las niñas, las cuales deberían estar leyendo cuentos de hadas en vez de andar esquivando donjuanes. [...] La infancia ya es de por sí demasiado breve”. La revista formula esta inquietante pregunta: “Si su cuerpo las hace parecer adultas antes de que su corazón y su mente estén preparados, ¿qué habrán perdido para siempre?”.

A menudo pierden su inocencia al ser víctimas de abusos sexuales. Una madre dice sin rodeos: “Las chicas que aparentan más edad son como la miel [para las abejas]. Atraen a muchachos mayores que ellas”. Se paga un alto precio por ceder a la presión de tener relaciones sexuales a temprana edad. Puede suponer la pérdida de la autoestima, de una conciencia limpia e incluso de la salud física y emocional.

la pérdida de la infancia

“El derecho a la infancia es uno de los derechos humanos fundamentales.” (The Hurried Child [Niños sin infancia].)

SEGURAMENTE concordará en que todos los niños deberían poder disfrutar de una infancia inocente y, hasta cierto punto, despreocupada. Sin embargo, la triste realidad es que para muchos de ellos es algo inalcanzable. Solo piense en los miles, quizá millones, de sueños infantiles que se hacen añicos cuando estalla una guerra. Piense también en todos aquellos niños que ven su vida arruinada por la esclavitud o el maltrato.

Para la mayoría de nosotros resulta difícil imaginar cómo se siente un niño cuando tiene que vivir en las calles porque le parecen más seguras que su propio hogar; o cuando, a pesar de hallarse en la época de su vida en que más necesita que lo amen y protejan, se ve obligado a aguzar su ingenio para eludir a las aves de rapiña que desean explotarlo. En efecto, los niños son víctimas una y otra vez de los tiempos difíciles en que vivimos.

“Quisiera poder recuperar mi infancia”

Carmen, de 22 años, tuvo una infancia muy difícil. Huyendo del maltrato de su padre y la total despreocupación de su madre, tanto ella como su hermana terminaron viviendo en las calles. A pesar de los peligros que entraña esta clase de vida, las dos niñas lograron eludir algunas de las trampas en las que caen tantos jóvenes que se van de su hogar.

Sin embargo, Carmen llora la pérdida de su infancia, pues no recuerda haberla vivido. “Pasé de ser un bebé a ser una mujer de 22 años, no tuve niñez —se lamenta—. Ahora estoy casada y tengo un hijo, pero anhelo hacer lo que hacen las niñas, como jugar con muñecas. Anhelo los abrazos y el cariño de unos padres. Quisiera poder recuperar mi infancia.”

Hoy día hay un gran número de niños que, como les sucedió a Carmen y su hermana, viven en las calles. Son niños a los que básicamente se les ha privado de infancia. Muchos de ellos cometen delitos a fin de sobrevivir. Las noticias y las estadísticas indican que algunos niños empiezan a delinquir a tempranísima edad. Y para agravar el problema, muchas jovencitas ya son madres al llegar a la adolescencia, cuando no son más que unas niñas.

Una crisis social oculta

En vista de lo mencionado, no es de extrañar que muchos niños terminen en hogares de acogida. Pero un editorial publicado en el periódico The Weekend Australian informó: “El sistema de acogida se está derrumbando sin darnos cuenta. Cada vez más niños de hogares rotos y familias deshechas quedan desatendidos”. El diario también señaló: “Algunos niños acogidos pasan meses o hasta años sin ver a un asistente social, mientras que otros van de una casa a otra sin encontrar un lugar fijo donde vivir”.

Se sabe de una jovencita de 13 años que en un período de tres años pasó por 97 hogares de acogida, en algunos de los cuales solo le permitieron quedarse una noche. Ella recuerda todavía el terrible sentimiento de rechazo e inseguridad que la embargaba. Puede decirse que, como en el caso de muchos otros niños acogidos, no tuvo infancia.

Es con razón, pues, que los expertos hablan de la creciente y trágica pérdida de la niñez. Si usted es padre o madre, tal vez observe estos hechos desalentadores y se sienta afortunado de poder dar a sus hijos un hogar y lo necesario para vivir. Sin embargo, además de la pérdida de la infancia, los niños de hoy afrontan otro peligro: el de crecer demasiado deprisa. ¿En qué sentido crecen apresuradamente, y con qué resultados?